Era inevitable, el olor de jazmín me recordaba a esos amores contrariados. Cuánto había pasado ya, lo peor había concluido. Al pasar por la calle, con este mundo que a pesar de ser el mismo de siempre, parecía desconocer. Lo peor ya había pasado, y es que era claro, el silencio inundaba la ciudad. Eran las 3 de la tarde, y el silencio dominaba.
Cual de costumbre me dirigí a la tienda de Don Jacinto, es algo irónico, el señor Jacinto había sobrevivido a pesar de sus bien ganados 90 años. Su tienda, se había convertido en nuestro centro de reunión. Y cual todo miércoles me dirigía allí- Eres el primero en llegar-me dijo Don Jacinto al entrar en su local. El lugar, ya algo desgastado. La puerta tenía marcas de amantes que en algún momento quisieron dejar tallado su amor en la madera. La pared perfectamente agrietada, un reloj que contaba cada vivencia que habían visto esas grietas. La gente pasar, las eternas amistades, los amores concretados, los fallidos, los llantos. Y es que mi misma historia ha sido plasmada aquí. Esta tienda tiene mi niñez, mis amores prematuros, mis duelos, aquellas amistades que perduran, aquellas que sucumbieron ante los obstáculos de la vida. Esta es época de recuerdos y renovación, así mientras una lágrima baja deliberadamente por mi mejilla, recuerdo. Que mala época, una de recordar, sin embargo no logro hacerlo feliz, cada recuerdo que llega a mi cabeza es una punzada que me penetra. Los recuerdo, lo haré por siempre. Este sentimentalismo me invade como nunca antes, en esta misma silla en la que me poso en este momento, estuve muchas veces. Al lado contrario no solo veo a Don Jacinto, veo todo lo que viví ahí. Probablemente no sea el único que piensa en eso, al final de cuentas es época de recuerdos.
Sobre esta misma mesa, delante de donde me poso, la recuerdo… El señor Jacinto interrumpe anunciando la llegada de Javier. El silencio que dominaba el lugar poco duró. Su simple presencia rompe el viento y genera estruendo. Qué puedo decir , mis mismos pensamientos que de alguna manera tú, el espectador logras percibir. Que gracioso es de hecho, soy cual protagonista de telenovela barata combinado con un un intento de romanticismo. Y es que no se me haría raro ser encasillado como bipolar. Hace unos momentos estaba sentimental y ante la interrupción, me empiezo a preguntar acerca de el posible espectador que quizá se encuentre tras estas páginas. Quizá tras la pantalla chica, quizá incluso detrás de la aclamada pantalla grande. Me pregunto realmente por qué alguien se interesaría en esta basura, una historia trágica de alguien trastornado, no entiendo el morbo de verme, ya desterrado de la conciencia y la moral. Dentro de esta desafortunada piel, un alma sin sentido, que divaga sin poder partir, el alma de alguien a quien la tragedia no hizo más que arrebatar todo. A mí, un simple ser.
A pesar de mi dramatismo, logro entender que no soy el único, pero la solidaridad murió con ella. La esperanza, murió con ella, la felicidad murió con ella¿Qué queda? una vida terrenal de la que no puedo escapar, una rutinaria película de la cual no hay más objetivo, donde la “razón de ser” ha sucumbido y al este acabar, no llegó consigo el esperado final feliz. Ni se presentó la luz cegadora que terminaría el sufrimiento y me llevaría con dios. La misma que juraba me haría creer en él. La última oportunidad que le dí para demostrarme que existía, que podría confiar. Saben, Nietzsche lo menciona, dios ha muerto, al menos para mí. El grande ha partido y sin embargo no ha llegado el super hombre para sustituirlo.
Una plática banal sin sentido inicia, los temas de siempre, Javier trae a la mesa la “esperanza”, las buenas noticias de la recuperación del mundo entero: Estoy seguro que es negación, de ver los cuerpos tirados en las calles, los enfermos que se volvieron parte del paisaje citadino. El mismo sabe que con esta misma crisis sanitaria, vendrá una económica. Tal vez igual o peor que la gran depresión. Lo sabe mejor que nadie, los títulos que tanto presume ahora son su propia debilidad, su pesar y su ansiedad. Y aunque el optimismo parezca perdurar en la sociedad, todos saben lo que realmente pasará. Repiten y repiten una y otra vez, “Lo peor ha pasado ya”, lo dice Mary en especial, la esposa de Javier. En esta ocasión se encuentra ausente, está en casa con los niños, pero la frase sería igualmente dicha por Don Jacinto. Es el lema de supervivencia, y al final es lo que mantiene a todos vivos.
Mientras, se unen a la conversación el resto, las familias en búsqueda del contacto humano esperando no caer en la locura, el mismo mensaje es repetido por cada una de los llegados. Y mientras la plática y los juegos se desarrollan, portales que nos alejan de la realidad, el sol cae y el cielo se obscurece. Se quita la capa azul de negación, y llega la realidad a la que temíamos. Pero sabes… Estamos juntos. El miedo se reduce así, quizá la unión es lo que piensen que nos mantiene vivos. Sus sonrisas contagiosas que inundan a todos nos pueden llegar hacer pensar, al menos a uno, que no todo está acabado. Yo solía pensarlo, cual niño crédulo en el futuro.
Y a pesar de esto, no pretendo traerlos a mi soledad, al contrario quiero ser la luz que les mantenga esperanzados, quiero que ellos… no pierden la esperanza. Los niños corren sin entender lo que pasa, sus sonrisas cual luciérnagas resaltan entre la sombría de los adultos. Son las luces que quiero conservar, para que puedan iluminar nuestro futuro, bueno o malo.
La velada acaba, y así familia a familia se van retirando. Agarrados de la mano, como si fueran intocables así. Las lágrimas, en todos los ojos se quedan estancadas, en especial en los padres que quieren mantenerse fuertes para sus hijos. Me pregunto sinceramente si ellos se encuentran libres de pesadumbre, si ellos realmente confían en el futuro, o es su simple espíritu de paternidad lo que los mantiene con la cabeza arriba. Poniéndose al frente a pesar del temor, temor cubierto con una sonrisa y unas palabras que alivian a sus hijo, “Papá se encargará de todo, no te preocupes, todo estará bien mientras esté aqu픿Qué tan probable es que sigan aquí? La pregunta más bien debería ser, por cuánto más podrán estar. Somos sobrevivientes, pero de la primera oleada. La pandemia ha destazado la sociedad, pero me pregunto si sobrevivirán a la inminente e innegable crisis. Me pregunto si a pesar de sus hijos, su “fortaleza” perdurará, si no se unirán al creciente número de personas que recurren a la soga para solucionar sus problemas. Si esa llama de los niños no terminará al ver a sus padres ceder, dejar de ser los intocables. Quizá incluso en algunos casos la muerte es la mejor opción. Es algo que se ha unido a nuestras vidas, algo que nos acompaña a cada sorbo del café, a cada latir. Se ha normalizado. Los valientes que renunciaron a su existencia, quizá por los demás. Tal vez los niños nunca se enteren de el héroe que fue su padre al morir. El valiente, el caballero que se sacrifica por su doncella. No entenderá su intrepidez, ni que su muerte hará que sus seguros dejen de ser la razón de su pobreza. Que como coloquialmente decimos, “dejen de ser sus perras”. No entenderá que con su muerte él o ella perdurarán y que los financieros tendrán que encargarse de ellos.
Creo que lo he dejado más que claro, no soy de los valientes, a pesar de haber asimilado la muerte, vivir con ella a diario, no quiero entregarme. No es porque tenga esperanza, es miedo. He decidido que con mi muerte, todo se acaba, todo dejará de existir. Reitero, dios ha muerto y lo que lleva consigo también...
El texto no está para nada refinado, falta pulirlo y no lo he leído una segunda vez.
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